lunes, 30 de mayo de 2016

Historia de la Biblia en latín



Últimamente me han planteado varias preguntas referidas al cambio de escritura en oraciones y textos bíblicos en latín. De hecho, mucha gente imagina que la Biblia ha sido y es algo inmutable. Quizás pueden aceptar que en las traducciones a lenguas modernas haya variaciones, pero se piensa que los textos de la Biblia en latín son algo definitivo y que nunca han variado. Por eso vamos a dar una rápida mirada a la historia de los textos bíblicos en latín, desde su origen hasta hoy. Ojo: no vamos a ver la historia de toda la Biblia, sino solo de la Biblia en latín.
Los libros más antiguos de la Biblia fueron escritos, como es lógico, en lengua hebrea: así se formó la mayor parte de libros del Antiguo Testamento. A causa de diversas guerras, parte de la población hebrea fue desterrada (la primera gran Diáspora fue el a. 586 a. C.) y se fundaron colonias judías fuera de Israel, especialmente en la zona de territorio del imperio babilónico-asirio y en Egipto. Después de las conquistas de Alejandro Magno ( 323 a. C.) todas esas regiones quedaron imbuidas con la cultura helenística y el griego (junto al arameo) se convirtió en una lengua internacional. En este ambiente cultural es cuando en algunas comunidades judías de la Diáspora se escribieron algunos libros del Antiguo Testamento y también se realizó la primera traducción al griego de aquellos libros escritos en hebreo: es la llamada Biblia de los LXX o Septuaginta.(s. III - II a. C.). También hubo pequeñas secciones escritas en arameo.
Cuando surge el cristianismo, aunque los apóstoles y evangelistas eran todos hebreos y hablaban arameo, sin embargo no escribieron en esas lenguas, sino en griego (quizás algo en arameo), en parte porque la cultura helenística dominaba en esa región, en parte porque su propósito era llegar a ese público: así aparecieron todos los libros del Nuevo Testamento (s. I).

Ms ottob. lat. 74 (a. 1014 - 1022). Carta de san Jerónimo al papa Dámaso

Es lógico pensar que a medida que se extendió el cristianismo surgieron traducciones de los textos sagrados al latín (que era la lengua oficial del imperio y dominante en Inglaterra, Galia, Germania, Hispania, Europa oriental y norte de África) y a muchas otras lenguas regionales. En los tres primeros siglos, bajo la amenaza de las persecuciones, la traducción fue un trabajo sin duda entusiasta y sincero pero parcial y de irregular valor: alguno traduciría los salmos, otro los evangelios, alguno lo haría con más devoción que talento, pero también hubo buenas traducciones.
Después del triunfo del cristianismo (s. IV) aumentó el número de ediciones y traducciones de los textos bíblicos, pero al mismo tiempo la Iglesia se encontró con numerosos problemas internos, es decir con herejías o dudas sobre cómo interpretar diversas cuestiones de fe. El problema se agravaba por el hecho que no existía una “lista oficial” que indicase qué libros eran sagrados, ni existía una “edición oficial” de la Biblia. Además la praxis litúrgica también reclamaba uniformidad.
A estas antiguas traducciones latinas se les denomina con el título colectivo de “Vetus latina”. El primero que intentó recopilarlas de modo científico fue el monje benedictino Pierre Sabatier ( 1742). Actualmente un instituto de investigación está recopilando todos los fragmentos de esas antiguas traducciones. Hasta hoy ya han reunido 27 volúmenes.

Fue el ambicioso e inescrupuloso papa Dámaso I ( 384) quien tuvo el mérito de encargar el a. 382 a san Jerónimo ( 420) una edición fidedigna de los Evangelios y los Salmos. San Jerónimo dedicó el resto de su vida a traducir y comentar, no solo esos, sino todos los libros bíblicos. El fruto de todo su esfuerzo fue la llamada Biblia “Vulgata”.
Pero téngase en cuenta que un trabajo tan extenso no debe verse como un todo monolítico: hubo muchos libros en los que san Jerónimo casi mantuvo la misma traducción anterior a él (por ejemplo en el Nuevo Testamento solo hizo una nueva traducción de los Evangelios y una revisión más a fondo de las Cartas de san Pablo), algunos libros no los tradujo (Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, Macabeos I - II) y en el caso de los Salmos hizo tres traducciones distintas: la primera (c. 384, llamado Salterio Romano) que fue más bien una revisión de una antigua traducción latina, otra (c. 391, llamado Salterio Galicano) a partir de la versión griega de los LXX, y la tercera (c. 399, llamado Salterio iuxta hebraicum), que él consideró la mejor, a partir del texto hebreo.
A partir del s. VII la versión de san Jerónimo se convirtió en la versión dominante que todos siguieron en el mundo latino, en parte gracias a su buena acogida en la praxis litúrgica y en la jerarquía católica latina. En época carolingia se amplificó la difusión del Salterio Galicano, y quedó relegado el Salterio iuxta hebraeos que san Jerónimo había considerado el mejor. El texto dominante entonces fue la edición del erudito Alcuino de York. En el s. XIII fue la Universidad de París la que producirá la edición predominante de la Biblia de san Jerónimo.

Prólogo e inicio del libro de Isaías en una biblia carolingia (s. IX). BNF ms lat. 8847

Aunque la obra de san Jerónimo aportó un texto bastante fidedigno y una razonable uniformidad, sin embargo con el paso del tiempo se fue corrompiendo. Ya que en aquella época los libros se escribían a mano, era cosa fácil que el cansancio o el descuido introdujeran erratas en los textos. Era fácil que el siguiente copista repitiese el error y añadiese otros nuevos. Durante los claroscuros de la Edad Media y la decadencia en el conocimiento del latín, las cosas empeoraron, de modo que unos mil años más tarde, en el s. XVI, en tiempos de la Reforma de Lutero y el Concilio de Trento, de nuevo surgió la necesidad de una edición fidedigna de la Biblia y que esta vez tuviese una explícita aprobación oficial.
El 8 de abril de 1546 el Concilio de Trento decretó la revisión de la Vulgata, pero poco se hizo hasta que Pío V lo impulsó en 1569. Tras la muerte de ese papa, de nuevo la obra quedó suspendida. En 1586 de nuevo se volvió al trabajo gracias al impulso del devoto franciscano Felice di Peretto, teólogo y humanista, que con el nombre de Sixto V había sido elegido papa en 1585, y que ya había trabajado en una nueva edición de la biblia griega de los LXX y su traducción latina. Las prisas por publicar una obra tan extensa y compleja le jugaron una mala pasada y cuando publicó su Biblia el 1º de marzo de 1590, fue recibida con numerosas y justificadas críticas debido a que el texto presentaba numerosas y evidentes erratas y omisiones. Sixto V reconoció que se necesitaba una nueva edición pero la muerte (27/agosto/1590) le impidió concluir su proyecto. Siguieron en rápida sucesión tres papas, mientras la pugna entre Francia y España acrecentaban el clima de inestabilidad. En 1592 fue elegido Clemente VIII, que entre sus primeras decisiones ordenó la publicación de la llamada Vulgata Sixto-Clementina o tridentina (9/noviembre/1592). Por las circunstancias, esta edición no fue mejor que la anterior, pero no se quiso mantener una cosa así en suspenso más tiempo, quedando en el aire la idea que más adelante se volvería a realizar una revisión más a fondo. Pequeños retoques se hicieron en 1593 y 1598, pero en los siglos siguientes nadie más tuvo el valor de acometer una obra tan necesaria como dificilísima.

Adán y Eva en la Biblia de Moutier-Grandval (BL Add ms 10546, c. 830-840). Esta Biblia, producida en Tours, sigue el texto revisado por Alcuino de York
Fue recién a principios del s. XX cuando los nuevos problemas planteados por el Modernismo sobre la Biblia impulsaron al papa León XIII a crear la Pontificia Comisión Bíblica y en 1907 el papa Pío X ordenó que se iniciase una revisión crítica de la Biblia en latín. La tarea se encomendó a un grupo de eruditos benedictinos.
Pronto se vio que la tarea era de una magnitud colosal, lo cual se agravó con el estallido de la Primera y después la Segunda Guerra Mundial, pero sobre todo por una serie de dificultades doctrinales que impedían avanzar la obra en la dirección adecuada. Así en marzo de 1945 papa Pío XII apenas podía publicar un nuevo Salterio latino, que no contentó ni a los nostálgicos ni a los impulsores de lo nuevo, y tuvo poca repercusión. La obra prosiguió con lentitud y la comisión de benedictinos solo llegó a publicar a duras penas los libros del Antiguo Testamento.
La nuevas perspectivas en materia bíblica instauradas por el Concilio Vaticano II (1962 - 1965) finalmente despejaron las dificultades doctrinales y en 1965 Pablo VI creó una comisión que reanudase los trabajos con todo el material acumulado. Entretanto muchos estudiosos se adelantaron y sacaron sus propias ediciones, entre las cuales hay que mencionar la edición crítica de la Vulgata (Bibliae sacrae iuxta Vulgatam versionem) dirigida por Robert Weber y publicada en Stuttgart 1969 (quinta edición en 2007), y que hoy es reconocida como la mejor edición científica de la Vulgata de san Jerónimo.
La comisión vaticana publicó en 1969 el Salterio y en 1971 el Nuevo Testamento. Finalmente el 25 de abril de 1979 Juan Pablo II publicó la edición oficial de la “Nova Vulgata Bibliorum Sacrorum Editio”.
En 1986 se publicó una segunda edición de la Neovulgata latina con algunas correcciones. En 1998 se volvió a reimprimir esta última edición.

El salmo 23 en el ms Vat. lat. 17 (s. XIV), f. 181v

Para mejor visualizar las diferencias entre estas distintas ediciones, veamos el famoso Salmo 23 que en castellano comienza con las palabras “El Señor es mi pastor”.
En la primera columna la versión de la edición científica de R. Weber que es la mejor aproximación al texto original de la traducción de san Jerónimo (iuxta hebraicum). En la segunda columna la versión de la Biblia tridentina que recoge la versión más difundida en la liturgia de la Iglesia, que es traducción de la versión griega de los LXX y revisada por san Jerónimo. En la última columna la versión de la Neovulgata, que es el actual texto oficial de la Biblia católica y que debe usarse también en la liturgia en latín.

Vulgata Weber (Sal 22)
Sixto-Clementina 1592 (Sal 22)
Neovulgata (Sal 23)
1 Canticum David
1 Psalmus David.
1. Psalmus. David.
Dominus pascit me nihil mihi deerit
Dominus regit me, et nihil mihi deerit:
Dominus pascit me, et nihil mihi deerit;
2 in pasculis herbarum adclinavit me super aquas refectionis enutrivit me
2 in loco pascuae, ibi me collocavit. Super aquam refectionis educavit me;
2. in pascuis virentibus me collocavit, super aquas quietis eduxit me,
3 animam meam refecit duxit me per semitas iustitiae propter nomen suum
3 animam meam convertit. Deduxit me super semitas justitiae propter nomen suum.
3 animam meam refecit. Deduxit me super semitas iustitiae propter nomen suum.
4 sed et si ambulavero in valle mortis non timebo malum quoniam tu mecum es virga tua et baculus tuus ipsa consolabuntur me
4 Nam etsi ambulavero in medio umbrae mortis, non timebo mala, quoniam tu mecum es. Virga tua, et baculus tuus, ipsa me consolata sunt.
4 Nam et si ambulavero in valle umbrae mortis, non timebo mala, quoniam tu mecum es. Virga tua et baculus tuus, ipsa me consolata sunt.
5 pones coram me mensam ex adverso hostium meorum inpinguasti caput meum calix meus inebrians
5 Parasti in conspectu meo mensam adversus eos qui tribulant me; impinguasti in oleo caput meum: et calix meus inebrians, quam praeclarus est !
5 Parasti in conspectu meo mensam adversus eos, qui tribulant me; impinguasti in oleo caput meum, et calix meus redundat.
6 sed et benignitas et misericordia subsequetur me omnibus diebus vitae meae et habitabo in domo Domini in longitudine dierum
6 Et misericordia tua subsequetur me omnibus diebus vitae meae; et ut inhabitem in domo Domini in longitudinem dierum.
6 Etenim benignitas et misericordia subsequentur me omnibus diebus vitae meae, et inhabitabo in domo Domini in longitudinem dierum.