viernes, 27 de junio de 2014

Plátina: el bibliotecario rebelde

Hace unas semanas me preguntaba un amigo sobre los progresos de mi próxima traducción, que es sobre biografías papales: el “Liber de vita Christi ac omnium pontificum”, escrito por Rodolfo Bartolomé (1421 – 1481), apodado Plátina (Platyna), por el nombre latino de su ciudad natal (Piàdena, en Cremona, Italia). Cuando dije a mi amigo que Plátina había sido director de la Biblioteca Vaticana, su primer comentario fue: “seguramente debe ser una especie de versión oficial que ocultará o pasará de puntillas sobre los puntos negros de la historia de los papas”. Y a mí lo primero que se me ocurrió fue que eso mismo debió pensar el papa Sixto IV aquel día de 1475, cuando Plátina le ofreció su obra bellamente escrita en un códice de lujo (que todavía hoy se conserva: ms. Vat. Lat. 2044). ¿Pudo existir en el s. XV alguien bastante audaz para escribir una historia de los papas condenando sus vicios y ofrecérsela a un papa? Ese hombre existió y le apodaban Plátina.
Primera página del ms. Vat.lat.2044. Tomada de la Digital Vatican Library.

De sus primeros años solo sabemos que era de una familia pobre y que en su juventud estuvo unos 4 años enrolado como mercenario bajo la bandera de Francesco Sforza y Niccolò Piccinino. Más tarde lo encontramos dedicado a los estudios bajo la guía de Ognibene da Lonigo en la célebre escuela de Mantua, que había fundado Vittorino da Feltre († 1446), en la cual estudiaban ricos y pobres (estos alojados gratuitamente) en una villa de la familia Gonzaga. En 1453 ya lo encontramos entre los preceptores de los hijos del marqués Ludovico Gonzaga. Poco después se trasladó a Florencia que era el epicentro del humanismo italiano y tuvo ocasión de trabar amistad con Piero y Cósimo Medici, Poggio, Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, Cristóforo Landino entre otros. Probablemente en 1461 se trasladó a Roma, donde fue acogido en el círculo literario de corte platónico que se reunía en torno a la figura de Pomponio Leto (la llamada Accademia Romana).
El papa Pío II, que era un protector del humanismo y seguramente también por los buenos oficios del cardenal Gonzaga, gran amigo de Plátina, le concedió (1464) una plaza en el “collegio degli abbreviatori” (un cuerpo de funcionarios de la curia que redactaban, copiaban o hacían minutas de diversos documentos papales). Pero pocos meses le duró el puesto porque tras la muerte de Pío II, su sucesor Pablo II despachó a todos los abbreviatori. Los afectados, muchos de ellos humanistas e imbuidos de ideas de igualdad y justicia, formaron una comisión, encabezada por Plátina, que se presentó en el Vaticano para exigir su reposición. Pero la autocracia papal estaba habituada a las súplicas y no a las reclamaciones, de modo que la audiencia concluyó con el papa fuera de sí expulsando a la comisión. Los humanistas no se rindieron y, ya que el papa no pensaba darles una nueva audiencia, le escribieron una carta todavía más audaz. Naturalmente Plátina acabó en las mazmorras de Castel Sant'Angelo, de donde salió 4 meses más tarde (enero 1465) gracias a la intercesión de su amigo y protector el cardenal Francesco Gonzaga.
Pocos años más tarde (1468) se vería mezclado en un problema todavía mayor. En la Accademia Romana se había introducido un cierto Filippo Buonaccorsi, apodado Calímaco, el cual además de humanista y neo paganizante, era un gran bebedor que en sus borracheras solía dar peroratas revolucionarias, amenazando grandes proyectos para destruir la tiranía papal. El resto de humanistas, que tenían razones para estar resentidos con Pablo II, parece que oían deleitados como Calímaco despotricaba contra el papa. Ya que esto se hacía casi públicamente, pronto la noticia llegó a los oídos de soplones y aduladores del papa, un hombre supersticioso y desconfiado.  El asunto se pintó con colores sombríos: un grupo de enemigos del cristianismo preparaba un complot para asesinar al papa y poner fin a la teocracia romana. De inmediato la policía vaticana entró en acción y más de 20 humanistas fueron a prisión: Plátina y Pomponio Leto entre los más destacados. Casi un año estuvo en prisión hasta demostrar al suspicaz papa que no había ni complot ni herejía sino simplemente las fantasías y despropósitos de un joven ebrio. Finalmente todos fueron declarados inocentes de todos los cargos.
Afortunadamente para los humanistas Pablo II no tenía buena salud y tras una opípara comida murió de forma fulminante (1471). En su lugar fue elegido Francesco della Rovere, que tomó el nombre de Sixto IV. Pronto Plátina entra en el círculo de intelectuales que gozaban de la benevolencia papal (1472). Es entonces cuando decide escribir la que será su gran obra: una biografía de todos los papas hasta sus días. La presentó al papa, el cual acababa de nombrarlo prefecto de la Biblioteca Vaticana (febrero del 1475), cargo que mantuvo hasta su prematura muerte, por el flagelo de la peste (21 de setiembre de 1481).


Fresco de Melozzo da Forli: Sixto IV nombra a Plátina prefecto de la Biblioteca Vaticana (1477). Actualmente en la Pinacoteca Vaticana.

Sixto IV no era uno de esos que había llegado al papado solamente por alta alcurnia y riquezas. Él provenía de una familia de comerciantes. De joven entró en los franciscanos y llegó a ser profesor de filosofía y teología en Padua, Bolonia, Florencia, Perugia y Roma. Por sus méritos intelectuales y su fama de hombre piadoso fue elegido General de los franciscanos (1464) y luego fue creado cardenal (1467). Tras la temprana muerte de Pablo II, es elegido papa como hombre de consenso, gracias al apoyo de los cardenales Latino Orsini, Rodrigo Borja y Francesco Gonzaga. Por lo tanto aunque podamos imaginar que Sixto IV no supiese cabalmente el contenido del libro cuando se lo presentó Plátina, sin embargo es seguro que pronto se enteró, por sí mismo o por otros.
Por lo tanto es un título de honor para Plátina haber tenido el coraje de escribirlo y presentarlo al papa, y es un título de honor para Sixto IV haber acogido la obra y el autor, demostrando tener la auténtica grandeza que sabe escuchar las críticas razonadas y no se asusta del espejo.
No tuvieron esa misma grandeza los que siglos después, asustados por la tormenta protestante, trataron de minusvalorar, recortar, despreciar u ocultar la obra de Plátina. Así el agustino Onofrio Panvinio († 1568) es el primero que osará alterar un pasaje por motivos dogmáticos y abrirá el camino para las numerosas traducciones católicas que extirparán cuidadosamente todos los pasajes malsonantes para las almas débiles. Tampoco está libre de recortes, aunque en menor grado, la popular traducción inglesa del s. XVII (publicada por W. Bentham, Londres 1893).
La secular campaña de desprestigio ha calado en muchos historiadores que nunca lo han leído, o lo conocen a través de sus censores. Así Plátina ha sido caricaturizado, por un lado como hombre cobarde, capaz de todo con tal de conseguir el favor de los papas, y por otro lado, como un hombre colérico y vengativo que escribió lleno de resentimiento contra el papado. En realidad Plátina fue un ferviente humanista que creía tanto en los valores de la Roma y Grecia ideales, como en Cristo y la Iglesia, pero sin las supersticiones medievales y los caprichos autoritarios papales. No en vano empieza su historia de los papas, no en san Pedro, sino en Cristo, indicando así con quién debían medirse sus sucesores.



B. Plátina, Liber de vita Christi ac omnium pontificum, 140, 5-6. Sobre la ambición y avaricia.
Mira, te ruego, cuánto habían degenerado estos pontífices de sus antepasados, los cuales con su sangre nos dejaron esta nación cristiana tan grande y magnífica. El pontífice romano, padre y protector de lo sagrado, se llevó ilícitamente las cosas sagradas, y quien habría debido castigar los sacrilegios se volvió autor de un gran sacrilegio.
Vide, quaeso, quantum degenerauerint ii pontifices a maioribus suis qui hanc rempublicam christianam tam amplam tamque magnificam suo sanguine nobis reliquere. Pontifex romanus, sacrorum pater et rex, sacra ipsa furto abstulit, et qui uindicare sacrilegia debuerat tanti sacrilegii factus est auctor.
En verdad esto ocurre en cualquier república cuando la ambición y avaricia de los malos es más fuerte que la virtud y sensatez de los buenos. Por eso en el clero deberían ser elegidos aquéllos cuya vida y doctrina sea probada, no aquéllos que no teniendo nada de virtud ni religión buscan para sí mismos el poder con ambición y soborno.
Hoc autem contingere in quauis republica consueuit, quando plus malorum ambitio et auaritia ualet quam bonorum uirtus et grauitas. In clerum igitur deligendi essent quorum uita et doctrina probata sit, non autem ii qui cum nil uirtutis et religionis habeant ambitione et largitione sibi potentiam quaerunt.


B. Plátina, Liber de vita Christi ac omnium pontificum, 143, 1-2. Sobre el nepotismo.
JUAN Decimoquinto, …...... fue odiado por los clérigos, sobre todo porque, pospuesto el honor divino y la dignidad de la sede romana, regalaba los bienes materiales y espirituales entre sus familiares y partidarios; un vicio en verdad que de tal modo transmitió a los posteriores que ha llegado también hasta nuestros días.
IOHANNES Quintusdecimus, ….., ab ipsis clericis odio habitus est, maxime uero quod diuina humanaque omnia cognatis et affinibus suis elargiebatur, posthabito Dei honore et romanae sedis dignitate; quem certe errorem ita posteris tradidit ut ad nostram quoque aetatem peruenerit.
En verdad nada es más pernicioso que esta costumbre, ya que parece que nuestros sacerdotes no apetecen el pontificado por la religión y el culto de Dios, sino para saciar la avaricia y la glotonería de hermanos, sobrinos y allegados.
Qua quidem consuetudine nil certe dici perniciosius potest, cum non ob religionem et Dei cultum appetere pontificatum nostri sacerdotes uideantur, sed ut fratrum uel nepotum uel familiarium ingluuiem et auaritiam expleant.



B. Plátina, Liber de vita Christi ac omnium pontificum, 117, 2. Sobre la envidia y mezquindad.
Pues estos pontificuchos no pensaban nada más que en extinguir el nombre y prestigio de sus antecesores; cosa que no hay peor ni más mezquina, pues los que se empeñan en estas artimañas, despojados de toda virtud, tratan de derribar a los beneméritos de aquel sitial al que ellos no pueden alcanzar por pereza y maldad. Pues nunca hallarás a uno envidiando la fama ajena, a no ser aquel que, manchado de toda infamia, desespera que su nombre alguna vez llegue a ser célebre en la posteridad; esos son los que con engaño, maldad, dolo y calumnia, muerden, laceran, acusan y corroen a los beneméritos del género humano, como perros cobardes e inútiles, que por miedo no se enfrentan a las fieras, pero las muerden cuando están atadas o encerradas en jaulas.
Nil enim aliud ii pontificuli cogitabant quam et nomen et dignitatem maiorum suorum extinguere; quo nihil potest esse peius et angustioris animi, qui enim his artibus nituntur, nulla uirtute muniti, eo de loco abradere bene merentes conantur, quem ipsi ob ignauiam et maliciam attingere non possunt. Neminem siquidem unquam inuenies alienae famae inuidere, nisi qui, omnibus probris contaminatus, desperat suum apud posteros celebre nomen aliquando futurum; ii sunt qui fraude, malicia, dolo, maledicentia, de humano genere bene meritos mordent, lacerant, accusant, corrodunt, tanquam ignaui canes et inutiles, nec feris sese obiicientes ob timiditatem, sed uinctas et caueis inclusas mordentes.


Los textos y la numeración de referencia que uso son de la edición que próximamente espero publicar en mi “Librería Medieval”. Esa primera entrega abarcará los papas desde la mitad del s. VIII hasta la mitad del s. XI.