viernes, 18 de enero de 2013

Entre realidad, fantasía y locura


Aunque la Psicología logró convertirse en una disciplina científica sólo después de los trabajos del austriaco Sigmund Freud (1856-1939), sin embargo desde tiempos muy antiguos, en todas las culturas, el hombre ha atesorado clasificaciones, observaciones y explicaciones acerca de la conducta humana, a veces ingenuas, a veces sorprendentemente agudas. Así como suele decirse que todo hombre es un aprendiz de filósofo, también puede decirse que todos tenemos algo de psicólogos.
En la cultura occidental el primer gran paso fue dado (como en muchos otros aspectos) en la Antigua Grecia. Por un lado los filósofos (como Platón y Aristóteles) centraron su atención en "el alma", tratando de explicar el proceso del conocimiento y distinguiendo sus capacidades (inteligencia, voluntad y memoria). Por otro lado los médicos (como Hipócrates y Galeno) ya intuyeron la importancia del cerebro para las actividad racional, así como la existencia de "enfermedades mentales" y su relación con el cuerpo. No en vano se acuñó en esta época el famoso aforismo: "mens sana in corpore sano" (= mente sana en cuerpo sano. Juvenal, Sátiras 10, 356).
Los pensadores cristianos (como Agustín, Tomás de Aquino, Duns Scoto) conservaron los aportes clásicos y contribuyeron a una mejor clasificación y comprensión especialmente de la relación entre inteligencia y voluntad. Y gracias a los filósofos y médicos árabes (como Avicena y Alfarabi) también se recobró y profundizó en la descripción y clasificación de distintas enfermedades mentales.
Todos estos conocimientos fueron bien acogidos en Europa y en parte causaron el brillo intelectual de la Alta Edad Media. Un ejemplo de esto fue Guillermo de Auvernia ( 1249), también conocido como Guilelmus Alvernus o Guilelmus Parisiensis, que además de sus abultados escritos teológicos también nos ha dejado testimonio de su curiosidad por distintos aspectos del saber en su obra De universo. Entre los escritores eclesiásticos (en aquel entonces y actualmente) la creencia en espíritus y fuerzas sobrenaturales les lleva a hilar fino en algunas cuestiones (como en el caso de endemoniados y visionarios) en las que se debe discernir entre desorden mental y actividad sobrenatural. Es sintomático notar que entre los mejores autores medievales existe la tendencia a usar con reserva el recurso a lo sobrenatural para explicar desgracias o conductas extrañas. Todo lo contrario ocurrió durante la Edad Media Tardía, en escritores como Johannes Nider y Henricus Institoris (los padres de la posterior literatura europea sobre brujería), que poco a poco dieron rienda suelta a toda clase de relatos fantásticos.
"El tormento de san Antonio" (1487-8). Óleo y témpera sobre panel de Miguel Ángel Buonarroti. Antes se atribuía a Domenico Ghirlandaio. Actualmente en el Kimbell Art Museum, Fort Worth, Texas, Estados Unidos.

Leamos a continuación un pasaje de Guillermo de Auvernia en la que describe casos que ilustran cómo la mente humana puede fabricar sensaciones que son evidente y completamente irreales para los demás, pero que el enfermo las experimenta como indudablemente ciertas, autoconvicción que se demuestra falsa.

Recuerdo que conocí a un varón honesto y religioso, el cual mientras me exponía y relataba la enfermedad que padecía, incluso durante el mismo relato, le parecía ver grandes ratones negros intentando subir por encima de sus ropas hasta su cabeza, y no cesaba este sufrimiento en él, ya que estaba en horror y temor constante. [...]
Memini me vidisse virum bonum et religiosum, qui cum mihi exponeret et narraret aegritudinem quam patiebatur, etiam in ipsa narratione huiusmodi, videbatur sibi videre mures magnos et nigros tentantes ascendere desuper vestimenta sua ad caput suum, et non cessabat passio haec in ipso, propter quod erat in horrore et timore continuo. [.....]
En verdad hubo en mis tiempos un hombre que creía ser un gallo, con una creencia tan terca que de ningún modo se la podían quitar. Y esto también lo llevaba a no querer usar de ningún modo el lenguaje humano, sólo imitaba el canto del gallo con todas sus fuerzas.
Fuit namque tempore meo vir qui credebat se esse gallum, adeo pertinaci credulitate quod ab ipsa nullo modorum poterat averti. Et ad hoc etiam deductus erat quod loquela humana nullatenus uti volebat, galli vocem tantum pro viribus effigiabat.
También hubo otro que firmemente creía estar muerto y por eso deliraba que de ningún modo ni debía ni podía comer con las personas vivas; hasta que otro, simulando que él también estaba muerto, le sugirió que podía y debía comer con él, ya que también estaba muerto como él y ninguno de los dos estaba entre los vivos. [....]
Fuit et alius qui mortuum se indissuabiliter credebat et propter hoc inter homines vel cum hominibus viventibus se nec debere nec posse comedere ullatenus delirabat. Donec quidam alius, simulans se similiter mortuum, suggessit ei quia cum eo et poterat et debebat comedere, cum esset mortuus sicut et ipse cum viventibus autem neuter eorum. [....]
[....] pero hay otros casos de enfermedades más profundas, tenaces e intrincadas y por eso difícilmente se curan, y producen que uno se imagine que es rey, tal como vi en un enfermo, que creía ser cualquier ave voladora, y a veces pensaba que era el Hijo de Dios, a veces el Espíritu Santo, alguna vez el Mesías de los judíos (al cual todavía esperan, y el mismo al que los cristianos llaman Anticristo). Y esto mismo abiertamente declaraba ser, es decir, que él era el Anticristo.
[...] alie vero sunt intimioris infectionis atque tenacioris magisque adhaerentis et ideo difficile curantur, et faciunt ut quis videatur sibi rex esse, ut vidi patientem, qui putabat se esse avem, quocunque vellet, volantem, et interdum putabat se esse Filium Dei, interdum vero Spiritum Sanctum, quandoque vero Messiam iudaeorum (quem et adhuc expectant, ipsumque gens christianorum nominat Antichristum). Et hoc ipsum esse aperte dicebat, videlicet quod ipsemet erat Antichristus.
Y con esta misma enfermedad se mezcla a veces la sugestión diabólica, que los cristianos llaman "espíritu de blasfemia". Y es un sufrimiento muy pernicioso puesto que es un tormento horrible e intolerable y que solo se cura por virtud divina.
Et cum ipso morbo interdum immiscet se suggestio diabolica, quam gens christianorum vocat "spiritum blasphemiae". Et est passio perniciosissima quoniam intolerabilis et horrificae vexationis et sola virtute divina curabilis

Guilielmus Alvernus, De universo, secunda pars secundae partis, cap. 35. (Opera omnia, Parisiis, apud Dupuis 1674, vol. 1, p. 878).